El fuego promueve que en muchos ecosistemas haya más variedad de especies animales y vegetales, porque crea una mayor diversidad de ambientes para vivir. Este efecto no es universal y requiere un conocimiento profundo sobre las especies y el régimen de incendios de cada región. Es esencial para planificar estrategias de gestión del combustible, quemas controladas y supresión de incendios en todo el mundo.
Los incendios podrían utilizarse para promover la biodiversidad. Esta es la idea principal de un reportaje publicado en Science, y firmado por Lluís Brotons (investigador del CSIC en el CREAF Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales), y Luke T. Kelly (investigador de la Universidad de Melbourne). Los autores recalcan que la aparición de fuegos naturales variados —grandes y pequeños, de copa y de sotobosque, que afectan a especies más adaptadas o menos adaptadas al fuego— en algunos ecosistemas permite que se creen hábitats únicos y diversos, que de otra manera no aparecerían. Estos nuevos hábitats permiten que viva una variedad de especies mayor de la que había originariamente antes del fuego, explica Verónica Couto, técnico de Comunicación en el CREAF.
De hecho, hay casos muy específicos, como el pico ártico (Picoides articus), que dependen de las zonas post-incendio para vivir. Pero, a pesar de que una parte de la fauna y flora de una zona pueda resultar beneficiada por la aparición de fuegos de diferentes tipos, también necesita un tiempo mínimo para recuperarse.
«Todo parece indicar que los hábitats más heterogéneos favorecen la coexistencia de un mayor número de especies. Los fuegos potencian esta heterogeneidad, pero no quiere decir que haya siempre una relación directa entre más incendios y más biodiversidad», aclara Brotons. Y advierte que «hay que conocer las características de cada zona. Por ejemplo, si un pinar de pino carrasco y de pino silvestre convive con fuegos demasiado frecuentes, acabará desapareciendo, así como una parte importante de su fauna y flora asociada, porque los nuevos pinos no tienen tiempo para madurar y reproducirse».
«Una de las cosas más importantes que queremos transmitir es que el fuego no es necesariamente malo. De hecho, hace tiempo que conocemos que hay algunas plantas y animales que lo necesitan para vivir», comenta Kelly. «Lo que es nuevo y excitante es que estamos aprendiendo suficiente sobre cómo responde la biodiversidad a los incendios para poderlo aplicar en la gestión de los hábitats. Podremos ayudar a los gestores a decidir cuándo y dónde hacer quemas controladas», añade.
Cuando los expertos planifiquen una serie de fuegos controlados o estrategias de supresión de los incendios, donde la biodiversidad pueda resultar favorecida, los autores recomiendan tener en cuenta tres factores: el ciclo de vida de la vegetación que se quemará, cómo afecta el cambio climáticoen esa zona concreta y qué efecto tienen los fuegos conducidos directa o indirectamente por humanos. Según Brotons, «el fuego es parte de nuestros ecosistemas y lo seguirá siendo. Tenemos dos opciones: podemos utilizar estos nuevos conocimientos que estamos generando desde el mundo de la ecología y reforzar los aspectos positivos del fuego, o podemos esperar y responder a un ciclo de incendios impetuoso con impactos que pueden ser catastróficos».
El cambio climático reduce el intervalo entre los incendios y pone en peligro a muchas especies que tienen los períodos de recuperación largos. «En el escenario que nos encontramos, muchas especies no podrán seguir este ritmo tan rápido de afectación por el fuego y se acabará alterando toda la estructura del ecosistema. Esto se acentúa en regiones de clima seco y en hábitats que están afectados por otras actividades humanas, como es el caso del Mediterráneo», alerta el investigador.
Por otra parte, los investigadores recuerdan que el cambio climático es sólo uno de los factores que afectan el ciclo natural de incendios, y que el cambio de usos del suelo o la fragmentación de los hábitats también ayudan a modificar este ciclo. La deforestación que sufren Asia y América del Sur o el abandono de los campos en la región mediterránea son dos ejemplos de estas alteraciones en el régimen de incendios y, de rebote, en la biodiversidad de la zona.
Fuente y fotografía: ABC