Las ballenas azules, que pueden alcanzar más de 30 metros, son los animales vertebrados más grandes que han vivido nunca. Cómo y porqué esos mamíferos marinos se volvieron tan grandes ha permanecido un misterio hasta ahora, debido al desafío que supone estudiar fósiles incompletos. Una nueva investigación del Museo de Ciencias Naturales Smithsonian indica, sin embargo, que fue solo en su pasado evolutivo reciente que las ballenas se convirtieron en gigantes, tal y como informa El País.
Nicholas Pyenson, curador de los fósiles de mamíferos marinos del museo, y los colaboradores Graham Slater, de la Universidad de Chicago, y Jeremy Goldbogen, de la Universidad de Stanford, estudiaron la evolución del tamaño de las ballenas a lo largo de más de 30 millones de años y encontraron que las especies más grandes aparecieron entre hace aproximadamente dos y tres millones de años. El aumento de las capas de hielo en el hemisferio norte durante este período probablemente alteró la distribución de la microfauna (como el kril, principal fuente de alimento de las ballenas) en los océanos, lo que convirtió un gran tamaño corporal en un beneficio para la supervivencia, dicen los científicos en el estudio publicado este martes en la revista Proceedings of the Royal Society B.
El museo Smithsonian tiene la más grande y variada colección de cráneos de ballenas vivas y extintas. Pyenson, quien estableció que la anchura del cráneo es un buen indicador del tamaño total del cuerpo de esos animales, y sus colegas midieron parte de los fósiles de la colección y utilizaron esas medidas, junto con datos de otras especies, para calcular el tamaño aproximado de 63 tipos extintos de ballenas. El equipo utilizó los fósiles, que incluyen las primeras ballenas barbadas, junto con datos sobre 13 especies modernas para examinar las relaciones evolutivas entre ejemplares de diferentes tamaños. Sus datos mostraron claramente que los especímenes enormes que existen hoy en día no estaban presentes en la mayor parte de la historia de esos mamíferos. «Vivimos en una época de gigantes», afirma Goldbogen.
Los científicos explican que el tamaño del cuerpo de las ballenas empezó a cambiar hace unos 4,5 millones de años. «No solo aquellas de más de 10 metros comenzaron a crecer en esa época, algunas especies más pequeñas también empezaron a desaparecer», escriben. Ese cambio evolutivo corresponde al período en el que las capas de hielo habrían llevado los nutrientes hacia las aguas costeras durante determinadas épocas del año. Entonces, las ballenas barbadas, que filtran presas pequeñas del mar, estaban bien equipadas para sacar provecho de esos densos parches de comida. «Un cuerpo más grande significa una mejor estrategia de filtración», explica Goldbogen, cuyos estudios sobre el comportamiento moderno de la alimentación de esos animales han demostrado que ese sistema es particularmente eficaz cuando tienen acceso a zonas de concentración de presas.
Una vez que las grandes ballenas pueden migrar miles de kilómetros para aprovechar la abundante oferta estacional de comida, los investigadores afirman que el sistema de alimentación por filtración parece haber establecido el escenario para el aumento de tamaño. “El tamaño de un animal determina mucho su papel ecológico”, dice Pyenson. “Nuestra investigación arroja luz sobre porqué los océanos y el clima actuales posibilitan la existencia de los vertebrados más grandes. Pero esos factores están cambiando rápidamente en el curso de las vidas humanas. ¿El océano tendrá la capacidad de suministrar recursos a miles de millones de personas y a las grandes ballenas?», se pregunta el científico.
Eduard Degollada, presidente de EDMAKTUB, una organización para el estudio de cetáceos, alerta de que el cambio climático ya afecta a la oferta de comida para esos gigantes marinos. «Durante el mes de mayo, solemos ver ballenas en la costa española, pero en 2015 fue diferente, porque no hubo concentración de nutrientes. La microfauna es la más afectada por el cambio climático», cuenta. En 2012, Bruno Díaz, biólogo jefe y director del Instituto para el Estudio de los Delfines Mulares (BDRI), observó en la costa de Cerdeña cómo un rorcual común, que suele comer gambas pequeñas, se alimentaba de anchoas. «En los años 1980 ya se empezaba a hablar de la desaparición de microorganismos en los mares. Si esa fuente de energía sigue menguando, es probable que algunos mamíferos marinos se extingan», comenta Díaz.
Degollada señala que otra posibilidad es que las ballenas sufran gradualmente otro tipo de adaptación y se vuelvan más pequeñas y más rápidas para buscar comida. «Eso si les diera tiempo, claro», añade. «Esperamos que los animales se adapten a los cambios muy rápidamente y no es así. No pueden evolucionar en la misma velocidad a la que destruimos sus hábitats», advierte.