Hay una verdad incontrovertible sobre la ciencia contemporánea: conocemos mejor las superficies de Marte, Venus o Mercurio que el fondo del mar. Ni acudiendo directamente al mayor proyecto para conocer las profundidades del océano y ponerlas a disposición de todos (Seabed 2030), podremos acceder a más de una quinta parte del suelo marino.
En cifras son 293 millones de kilómetros cuadrados de fondo oceánico que quedan pendientes. En 2017, el proyecto Seabed 2030 se decidió a compilar lo que hubiera, cartografiar el resto y publicar una cartografía completa antes de 2030. ¿Es posible? Teóricamente sí y hay varias tendencias (que van desde el cambio climático al crecimiento de la economía oceánica mundial) que pueden ayudar a que se haga realidad, pero no es tan sencillo como puede parecer.
En 2017, la Nippon Foundation y la Casta Barimétrica de los Océanos (GEBCO) se pusieron de acuerdo para poner en marcha un proyecto con el que ‘liberar’ mucha de la información disponible y redoblar los esfuerzos para mapear el fondo marino que quedaba sin estudiar.
Lo interesante es que, pese a todo el esfuerzo de las últimas décadas, los datos barimétricos disponibles solo cubren el 19% del fondo marino. Es un gran salto adelante con respecto al 15% del año pasado y al 6% que había cuando comenzó la iniciativa en 2017. Sin embargo, este crecimiento tiene truco. La mayor parte del crecimiento se debe a las donaciones de datos de Gobiernos, instituciones académicas y fuentes comerciales; no a trabajo nuevo (o no demasiado).
Y aún así, la tarea está siendo muy compleja. Convencer a los propietarios de que compartan sus datos o reunir financiación para recorres el globo con una ecosonda suele es difícil porque muchos piensan que las imágenes satelitales son suficientes. Y es verdad que los satélites nos han enseñado mucho. Gracias a eso hemos podido inferir la topografía del fondo marino por la forma aceptable. Aceptable aunque imprecisa. Se necesitan lecturas más precisas que nos permitan conocer los detalles del mundo submarino.