Habida cuenta de que el objetivo climático del mundo no es otro que reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, este tipo de noticias son dramáticas. Sobre todo, considerando que el nivel de dióxido de carbono (CO2) es el principal de estos gases, y que sus cifras no dejan de aumentar.
Cada vez menos pero, es cierto, pero por lo general, la cifra pasa desapercibida, pese a que los científicos no dejan de advertir que el reloj no se detiene, y la cuenta atrás empezó hace tiempo, afirma Ecología verde.
Ahora llega una nueva alerta sobre el aumento desmesurado de emisiones de CO2 en la atmósfera, a lo que hemos de sumar el aumento de irradiaciones solares, puesto que el sol, más viejo, irradia cada vez más calor. Lógicamente, hablamos de una escala de tiempo geológico, con lo que las comparaciones con respecto a hace millones de años nos quedan lejos, si bien son los que permiten entender el curso de los acontecimientos importantes de la historia de nuestro planeta.
Un triste futuro
Científicos de la Universidad de Southampton, un equipo liderado por el profesor Gavin Foster han realizado un estudio concluyendo que en los próximos 100 y 200 años alcanzaremos niveles de CO2 inéditos desde el Triásico, el primer período del mesozoico, hace más de 200 millones de años.
En sus previsiones, el siglo XXIII será más caliente de lo pronosticado por estudios anteriores, pudiendo alcanzar niveles registrados hace 420 millones de años. Como suele ser habitual en estos casos, se trata de una previsión considerando que las cosas siguen como hasta ahora, es decir, asumiendo la inoperancia actual, pese a los esfuerzos globales coordinados desde el Acuerdo Climático de París, todavía sin resultados suficientemente esperanzadores.
El estudio empleó fósiles para realizar las comparaciones. Ante la imposibilidad de conseguir información convencional sobre los niveles del CO2 del pasado, se recurrió al análisis de plantas fosilizadas que se encontraron en las rocas, así como a la composición de los isótopos de carbono las conchas fósiles prehistóricas, entre otros indicadores.
Ha sido gracias a estas fuentes de información como los científicos pudieron conocer las distintas concentraciones de CO2 en la Tierra, una valiosa información que poder emplear de cara a realizar comparaciones como las llevadas a cabo en esta investigación.
Un cambio climático veloz
Las distintas variaciones de CO2 a lo largo de la historia no supone un signo de alarma en sí mismo. Sin embargo, sí lo es cuando éstos dejan de ser progresivos, como ocurre actualmente. Frente a los cambios climáticos provocados por la misma naturaleza, que fueron graduales, la actual crisis climática, por contra, ha alcanzado “una velocidad muy inusual”, apunta Foster.
Para ilustrar tan insólita situación, hemos de tener en cuenta que en tan solo 150 años el cambio climático actual va camino de duplicar la cantidad de CO2 en la atmósfera. La causa de tal aceleración no es otra que el ser humano, responsable de haber elevado los niveles de CO2 de 280 ppm a 405 ppm en 2016.
Un importante aumento que nada tiene que ver con el ritmo característico de los cambios climáticos naturales, que acontecieron mucho más lentamente, no en cientos de años ni mucho menos en décadas, sino a lo largo de millones de años.
El efecto invernadero, entonces, además era menos intenso porque el sol no contribuía a ello como lo hace ahora. El equipo de Foster concluye también que el sol no intensificó el efecto invernadero por ser más joven y, por lo tanto, menos brillante.
Así pues, los elevados niveles de CO2 de la prehistoria no contaban con este agravante, fluctuando a un ritmo que permite a los ecosistemas una mayor capacidad de adaptación, ya que el clima era más constante. Al margen, claro está, de los desastres ambientales disruptivos que pudieran ocasionar unos u otros eventos extremos.
El sol también acelera el cambio climático
El estudio se centra en la importancia de la “interacción entre el dióxido de carbono y el brillo del sol, pues tuvo implicaciones fascinantes para la historia de la vida en la Tierra”.
Esta interacción explica por qué el clima de la Tierra “se ha mantenido relativamente estable y dentro de los límites adecuados para la vida durante todo este tiempo”, explica Dana Royer, científico participante. Ahora, sin embargo, las cosas son muy distintas.
Precisamente por ello, la concentración atmosférica del dióxido de carbono está siendo tan importante y sus consecuencias tan dañinas, convirtiendo el uso y abuso de combustibles fósiles por el ser humano en una auténtica bomba de relojería climática.
A la hora de valorar el avance del cambio climático, por lo tanto, no solo hemos de tener en cuenta la cantidad de gases de efecto invernadero emitidas, sino el entorno poco propicio. “En última instancia, es importante tanto la fuerza del efecto invernadero como la cantidad de luz solar entrante. Los cambios en cualquiera de los parámetros son capaces de forzar el cambio climático”, desvela el estudio.
La solución a tan alarmante situación sigue siendo la misma que hasta ahora recomendaba la ciencia: el drástico recorte de los gases de efecto invernadero. Ahora, además, con mayor motivo, puesto que no tenemos las mejores cartas para ganar la partida, precisamente. Muy al contrario, hay que jugarlo todo a una baza: avanzar al trote o, aún mejor, al galope, hacia la sociedad baja en carbono. Y hacerlo de forma global, pues en esto del cambio climático solo es efectivo el compromiso conjunto. Un desafío que no espera.