Las aves urbanas cantan más fuerte y agudo para hacerse oír entre sus congéneres, según revela un estudio publicado por la revista científica Behavioral Ecology.
El estudio, elaborado por el investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales y presidente del Comité Científico de SEO/BirdLife, Mario Díaz, revela que cada especie de ave modifica su conducta en función de sus capacidades pero, en general, el ruido y la compensación de sus efectos tienen consecuencias negativas.
“De la misma manera que la exposición a un ruido excesivo puede producir daños en las personas, la contaminación acústica perjudica a las aves”, señala el investigador, quien aboga por una “naturalización de la ciudad”, con un mayor porcentaje de espacios verdes que hagan pantalla frente al ruido.
Un canto más agudo
Según Mario Díaz, el ruido de fondo de la ciudad se mueve en frecuencias bajas o graves y por eso algunas aves optan por emitir un canto más agudo para hacerse oír, como el macho del carbonero o del herrerillo, con consecuencias negativas en la comunicación con la hembra.
Por otro lado, para sobrevivir en una ciudad algunas especies sólo cantan cuando hay menos ruido, como el petirrojo urbano, que prefiere hacerlo por la noche, mientras que otras madrugan más o adelantan la fase de emparejamiento.
Hacerse oír
Si las dos opciones anteriores no son posibles, añade este científico, el ave opta por cantar más y a un volumen más alto para hacerse oír, una modificación de conducta que puede atraer no sólo a potenciales parejas, también a sus depredadores.
En su estudio, Mario Díaz señala que a un nivel de ruido por encima de los 70 decibelios las aves se rinden y optan por cantar menos -lo que indica que los beneficios de cantar no compensan sus costes- y en otros casos deciden abandonar el lugar.
De hecho, “diversos trabajos han demostrado pérdidas no aleatorias de especies, sobre todo las que cantan en frecuencias bajas, en las proximidades de fuentes de ruido, como autopistas o estaciones de bombeo de petróleo o gas”, indica el investigador.
Fuente y fotografía: Ecoportal