Tener que recorrer largos trechos para hallar agua potable y cargarla al hombro es tal vez una de las mayores muestras de inequidad en un país. Y 663 millones de personas en el mundo están afectadas por un problema como este, según el Foro Económico Mundial (Wef, por sus siglas en inglés).
Es inequitativo, primero, porque evidencia la falta de acceso al servicio de acueducto. Pero segundo, porque esta dura tarea suelen hacerlas las mujeres, confinadas a sus hogares, mientras los hombres trabajan.
Si ellas no pueden, lo hacen las niñas, que son sus sucesoras. Para hacerlo, deben dejar solos a sus hijos o hermanos y salir a buscar el agua para que la beban y se aseen. Aun así, no hay garantía de que el líquido recolectado sea apto para el consumo.
El problema es más complejo que esto, según el Wef. No son solo las horas a pie necesarias para recolectar el líquido, sino las enfermedades que genera el uso de agua proveniente de acuíferos contaminados y el tiempo en cuidados que esto demanda para las mujeres del mundo afectadas por esta situación. Esto sin contar las consecuencias en el cuerpo de cargar más peso del que el cuerpo aguanta.
¿Quién consigue empleo así? ¿O acceso a la educación siquiera? En el fondo, lo que más preocupa a Naciones Unidas es que de aquí al 2030, en solo 14 años, la demanda por consumo de agua superará la oferta de líquido de calidad. Esto no afectará solo a pequeños poblados, sino a ciudades pequeñas, medianas y grandes.
Será más grave, porque es en los países en vías de desarrollo, sin recursos económicos suficientes, donde se dará el 95 por ciento del crecimiento de la población urbana. Y no por vivir en ciudades la gente está a salvo. Según la ONU, 1 de cada 4 habitantes urbanos no tiene acceso optimizado al agua.
Esto exigirá que cada urbe amplíe sus redes de acueducto y alcantarillado, sus plantas de tratamiento y mejore las prácticas de consumo de sus ciudadanos. Una tarea vital, pero difícil para el mundo en desarrollo.
Fuente y fotografía: El tiempo