Si Cristóbal Colón hubiese podido utilizar hilo de pescar cuando llegó a América en 1492, sus restos aún seguirían flotando si en un descuido la caña se le hubiese caído al agua. La misma suerte hubiese corrido el mechero de uno de los pasajeros del Titanic después de su hundimiento en 1912. El mar tarda entre seis meses y 600 años en ‘digerir’ los plásticos que desechamos los humanos. Ocho millones de toneladas cada año con las se podría cubrir la isla de Manhattan 34 veces. Son las cifras con las que Greenpeace llama la atención sobre el impacto medioambiental de este material en los océanos y la necesidad de cambiar las costumbres.
«Es un problema global y de escala planetaria, porque todos los océanos y parte de los cauces están contaminados con residuos humanos», advierte Julio Barea, responsable de campaña de Greenpeace. El proceso de degradación del plástico es más lento que en tierra firme, los residuos se acumulan y terminan por crear auténticas islas de basura, como las cinco que ya se han observado en zonas subtropicales -dos en el Pacífico, dos en el Atlántico y una en el Índico-. Forman parte de ese 15% de restos que permanecen sobre la superficie, porque otro tanto queda suspendido en la columna de agua y el 70% restante está sumergido en el fondo marino.
Microplásticos, veneno para el mar
Se estima que hay entre 5 y 50 billones de fragmentos de plástico en el agua, sin contar los presentes en el fondo o en las playas. Desde la década de los 60 se sabe que los más grandes ocasionan enredos, asfixia y casos de estrangulación o desnutrición entre la fauna marina. Ahora las miradas también se dirigen a los pedazos más pequeños, inferiores a cinco milímetros. Los microplásticos son producto de la acción de la radiación ultravioleta y de la erosión del mar, aunque algunos se fabrican expresamente con ese tamaño -como los empleados en cosméticos exfoliantes-. Son especialmente peligrosos porque pueden afectar a un mayor número de especies, como las que representan la base de la cadena trófica, dado su pequeño tamaño.
«Más de 170 especies marinas repartidas por todo el mundo ingieren plásticos. Los organismos filtradores, como el mejillón o la ostra, no tienen opción de evitarlos. Pero los peces o los crustáceos, que se alimentan de forma selectiva, ingieren estos microplásticos porque se asemejan a las huevas y los confunden o bien se alimentan de otros animales que previamente los han tomado», explica Elvira Jiménez, responsable de océanos de Greenpeace.
El resultado de la degradación del plástico en entornos marinos, incluso cuando se ha completado, es la liberación de diversos compuestos químicos que no forman parte del ciclo natural de nutrientes y que tienen efectos nocivos para los animales. «Producen un bloqueo gastrointestinal y alteraciones en la reproducción y en el comportamiento», enumera Jiménez, que muestra su preocupación por el hecho de que los microplásticos puedan alcanzar órganos como el hígado, donde logran persistir más tiempo. Además, los microplásticos pueden tanto atraer como desprender otra serie de compuestos nocivos, como el bisfenol A. «Es una bomba tóxica y hay que adoptar medidas urgentes a nivel global», sentencia.
¿Y cuáles son las consecuencias de alimentarnos de pescado y marisco en esas condiciones? Todavía hace falta más investigación para conocer los riesgos reales, aunque Jiménez vaticina que «podrían ser similares a los que sufren los organismos marinos»; en cualquier caso «no se puede afirmar nada de manera categórica porque hay una laguna de conocimiento«, señala. Es una de las conclusiones del informe Plásticos en el pescado y el marisco que ha presentado este jueves la organización ecologista y que considera «sensato» aplicar el principio de precaución hasta que se despejen las incógnitas.
Sin mejoría a la vista
La producción global de plásticos aumentó un 50% entre 2002 y 2013: de 204 millones de toneladas a 299. Según los datos que maneja Greenpeace, esta cifra se va a multiplicar: en 2020 se superarán los 500 millones de toneladas anuales, es decir, un 900% más de lo que se fabricaba en 1980. En la actualidad, España es el quinto país de Europa con más demanda de este material (7,4% del total) -Alemania, encabeza la lista con un 24,9%- y en nuestro territorio se abandonan cada día 30 millones de latas y botellas. A esta organización le preocupa que el 50% de los plásticos que llegan a los sistemas de gestión de residuos termine en los vertederos sin ser reciclado. Cuestión importante dado que el 80 % del plástico que alcanza el mar procede de la tierra. Precisamente por esas cifras, Barea insiste en la necesidad de «seguir reciclando, aunque el sistema sea poco eficiente y haya tocado techo».
Para hacer frente a esta situación, Greenpeace exige al Gobierno español que ponga en marcha un sistema de retorno de envases, prohíba el uso de microesferas de plástico, implemente la Directiva Europea sobre las bolsas de plástico y que fomente la reutilización de materias primas y el uso de materiales con menor impacto ambiental. También hace un llamamiento a los consumidores hacia un comportamiento más responsable con la naturaleza porque «todos somos responsables de atajar esta situación», defiende Barea. No comprar agua embotellada o vajillas de plástico, recurrir a recipientes reutilizables de cristal o metal, utilizar bolsas de tela para ir al supermercado, reciclar o comprar a granel para prescindir de los envases son algunas de sus recomendaciones.
Fuente y fotografía: El mundo