Luis Arranz es un superviviente de una guerra: la de la conservación del medio ambiente en el corazón de África. Durante siete años, este biólogo español con licencia de armas dirigió el Parque Nacional de Garamba, en República Democrática del Congo. Entre 2007 y 2014, cazadores furtivos y guerrilleros asesinaron a 20 de sus guardas forestales y mataron a 700 elefantes. “Era una auténtica guerra”, recuerda. Cuando nació su primera niña, él y su pareja decidieron buscar “un lugar más tranquilo”. Y su nuevo destino ha llegado. Desde el 9 de enero, Arranz dirige el Área Protegida de Dzanga Sangha, en República Centroafricana.
La nueva “tranquilidad” de la que habla el biólogo es relativa. En marzo de 2013, tropas de la coalición rebelde Seleka derribaron el gobierno del presidente François Bozizé. La violenta transición política dejó miles de muertos, casi medio millón de refugiados en países vecinos y 2,5 millones de centroafricanos necesitados de ayuda humanitaria. El Ministerio de Asuntos Exteriores recomienda a los españoles que se encuentren en el país “que lo abandonen lo antes posible”, ya que las milicias rebeldes no han sido desarmadas y la violencia podría reiniciarse en cualquier momento.
“Esto es mucho más tranquilo que Garamba”, insiste Arranz, que antes dirigió los parques nacionales de Monte Alén, en Guinea Ecuatorial, y de Zakouma, en Chad. Dzanga Sangha, dice, le ha sorprendido. “Esto es impresionante. Es el paraíso de los elefantes de bosque. Hay unas salinas y cada día acuden allí entre 100 y 150 elefantes”, relata. El último censo contó unos 4.000 ejemplares en todo el paraje, de unos 4.500 kilómetros cuadrados.
En la reserva también viven búfalos rojos, antílopes bongos, monos mangabeye ágil, chimpancés, leopardos, casi 400 especies diferentes de aves y la joya de la corona: los gorilas occidentales de llanura. En Dzanga Sangha hay varios grupos de gorilas habituados a la presencia humana, gracias a un programa llevado a cabo por pigmeos baka —los ancestrales moradores del bosque— para fomentar el ecoturismo. Un visitante puede sentarse a pocos metros de un gorila de 200 kilogramos, en medio de la selva.
Arranz trabaja ahora para WWF, la organización no gubernamental que gestiona el parque en colaboración con las autoridades centroafricanas. Sus oficinas se encuentran en Bayanga, un pequeño pueblo de 4.000 habitantes, trufado de humildes casas de madera. El 19 de abril de 2013, los soldados rebeldes de Seleka entraron en la localidad y arrasaron el cuartel general de WWF. Su coordinador, el ecologista Jean-Bernard Yarissem, se tuvo que esconder durante un día en la selva, sin agua ni comida.
Pocos días después, 17 cazadores furtivos procedentes del vecino Sudán del Sur penetraron en el parque, armados con lanzagranadas y fusiles Kaláshnikov, y mataron 26 elefantes durante 48 horas. No encontraron resistencia. Cargaron los colmillos en sus camionetas y se fueron. Los guardas forestales, en clara inferioridad, habían huido. Arranz implora armamento para sus hombres.
La situación ahora, no obstante, es muy diferente. Dzanga Sangha está abierto al público. Arranz, nacido en Santa Cruz de Tenerife en 1956, hace un llamamiento a potenciales visitantes. “Seleka se fue. Esto no es Benidorm, pero recibimos a turistas cada poco tiempo. Llevamos medio centenar en lo que va de 2017. Si vienes desde la capital, Bangui, no hay problemas de seguridad”, afirma el biólogo español. Su pareja y su niña irán en breve desde España. Arranz dirige a unos 200 trabajadores. Unos 50 de ellos son pigmeos, el pueblo que tradicionalmente ha vivido de la caza y la recolección en las selvas de África central. “Para mí, ellos son lo mejor de Dzanga Sangha. Es impresionante ver cómo se manejan en el bosque”, aplaude Arranz.
Sin embargo, Survival, una organización internacional de defensa de los pueblos indígenas, lleva meses acusando a WWF de cometer abusos sobre los pigmeos, sobre todo en el vecino Camerún. Según Survival, las patrullas antifurtivos financiadas por WWF han llegado a golpear a los pigmeos para expulsarlos de áreas protegidas. “Lo que dice Survival no es cierto. Si un pigmeo entra en Dzanga Sangha a cazar o a poner trampas, tendrá problemas, igual que si lo hace un sueco. Se puede coexistir. Y los pigmeos están contentos con nosotros en general”, sostiene Arranz.
La reserva que dirige es excepcional. Ha sufrido muy poco el furtivismo. Pero solo entre 2007 y 2014 fueron cazados 144.000 elefantes en el resto de África, el 30% de los que quedaban, según un informe presentado en el último Congreso Mundial de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). “Aquí están matando elefantes en el entorno de Dzanga Sangha. Cuando acaben con los de fuera del parque, vendrán aquí. Y no estamos preparados”, lamenta.
Arranz pide a los donantes internacionales, desde la Unión Europea al Banco Mundial, pasando por la AECID española, que permitan comprar armamento con sus ayudas económicas para la conservación del medio ambiente. “No quieren ni oír hablar de comprar armas, pero aquí tenemos 80 guardas forestales y solo unos 15 fusiles. Nadie se quiere dar cuenta, pero el día en que lleguen furtivos de Sudán armados de verdad… Esto es un desastre”, advierte.
Hace unos días, Arranz acompañó a una patrulla de 10 de sus guardas. Llevaban tan solo dos fusiles. Uno de ellos, señala, era un Mauser de la Primera Guerra Mundial. Desde 2005, en todo el mundo han sido asesinados más de un millar de guardas de reservas naturales. “Esto es como enviar al Ejército español a Irak sin armas”, denuncia.
Para Arranz, hay una solución a la destrucción de la biodiversidad en África, más allá de armar hasta los dientes a los defensores de la naturaleza: mano dura en los países industrializados: “Hay que dejar de reír las gracias a un señor español que se va a África a cazar un elefante o que te enseña una figura de marfil”.
Fuente y fotografía: El País