En algún lugar del mundo, es un día soleado y una familia visita un parque acuático para aprovechar el buen clima. Allí, se ofrece un espectáculo. Delfines de varias especies están actuando para el gusto de los visitantes. Desde las gradas, muchos ríen y aplauden al ver a esas magníficas criaturas sonreír mientras realizar acrobacias impresionantes. Pero la sonrisa del delfín es sólo una ilusión. Una ilusión de que todo está bien, de que no tiene nada de malo disfrutar de un espectáculo y de que la naturaleza está para servir al ser humano. Todavía tenemos la esperanza de que, si las personas entienden todo el sufrimiento que hay detrás de estos circos acuáticos, estos espectáculos terminen para siempre.
En las bahías de Taiji, Japón, acaba de iniciar la temporada anual de captura y matanza de delfines. Desde temprano, varios botes acarrean a grupos completos de delfines y otros cetáceos. Utilizan fuertes ruidos para obligar a los animales a entrar a las bahías, y una vez adentro son acorralados con redes. Por supuesto que los animales entienden que algo está mal, muy mal. Los delfines empiezan a comunicarse con chillidos y a entrar en pánico. La desesperación es tanta, que incluso algunos deciden brincar hacia las rocas, lo que termina en una muerte segura. Los botes continúan acorralando a los delfines hacía la zona más baja de la bahía. Una vez ahí, el acto es tan impactante que los pescadores cubren con lonas la zona para evitar ser fotografiados.
Bajo el cobijo del anonimato, los pescadores empiezan a seleccionar a los individuos más aptos para su venta. Aquellos que son jóvenes y visualmente más atractivos son los preferidos por los compradores (representantes de parques y acuarios), pues es más fácil someterlos a la voluntad de los entrenadores.
– “Estos dos son una madre y su bebé ¿Cuál quieres? ¿Quieres a los dos?”
– “Me llevo al bebé.”
Tras esas palabras, la cría es arrebatada de su madre. Son tales los chillidos y aleteos, que resulta imposible describirlo. Estos animales crean fuertes vínculos familiares, que al romperlos se crea un trauma tan profundo como lo sería para cualquiera de nosotros. Cada delfín alcanza un precio aproximado de 150,000 dólares. La demanda es tal, que antes de que empezara esta temporada, 150 delfines ya estaban vendidos. Hasta la fecha, 42 ya han sido capturados.
Aquellos animales que no son comprados sufren el peor y más violento destino. La forma en la que los asesinan es perturbadora. Los pescadores insertan una estaca metálica en la espina dorsal del animal. Los delfines no mueren de manera inmediata sino que agonizan durante varios minutos antes de morir. Las lonas y redes no evitan que la bahía se tiña de rojo con la sangre de estos indefensos animales.
La carne de estos animales se vende en los mercados y restaurantes. Sin embargo, la carne de delfín, además de contener altos niveles de mercurio, es considerada de baja calidad por los consumidores. Por ello, esta carne se etiqueta y se introduce al mercado como si fuera carne de ballena. Pero la venta de carne no es el objetivo principal de esta actividad, pues sólo representa un ingreso extra a las altas ganancias del comercio de animales vivos. Al final del día, sólo algunos cuantos son liberados y vuelven al mar.
Esta industria produce miles de millones de dólares en ganancias alrededor del mundo. Como en muchos otros casos, en donde hay dinero y falta de ética, están los problemas. ¿Cómo se puede detener esto? Para detener la oferta se necesita erradicar la demanda. Es importante que entendamos que estos animales no pertenecen al cautiverio, que no merecen estar confinados en tanques artificiales, que no nacieron para entretener a las personas por un par de minutos, que la única solución es nunca asistir a estos espectáculos y que la naturaleza no está para servir a los humanos.
Fuente y fotografía: Ecoosfera