La visión romantizada del Amazonas invita a pensar en un lugar idílico en el que la huella humana acaso sea entre las menores del planeta. Pero la vida en la mayor reserva natural es dura para el hombre, como relató Daniel Everett en su clásico No duermas, hay serpientes. Comunidades enteras viven completamente desconectadas, no ya en la profundidad de la selva, sino en las transitadas orillas de los ríos —únicas vías de comunicación—, en un ambiente en que la electricidad es un bien ansiado, escaso y administrado a cuentagotas.
“En el Estado brasileño del Amazonas hay más de dos millones de personas sin electricidad de calidad”, explica Otacílio Soares Brito, miembro del Instituto de Desarrollo Sustentable Mamirauá. “La enorme superficie de la floresta hace inviable la creación de una red de distribución, por lo que los pueblos apenas logran producir electricidad de seis a diez de la noche con generadores de gasolina proporcionados por el Gobierno. Después de esa hora acaba todo: luz, refrigeración y ocio”, relata, desde el municipio amazónico de Tefé.
El Instituto Mamirauá está desarrollando un proyecto para proporcionar electricidad por medio de paneles solares a decenas de comunidades amazónicas de pescadores y campesinos, con el objetivo de mejorar sus condiciones de vida, según Soares Brito.
Sol para fabricar hielo
Dos comunidades han instalado placas fotovoltaicas —un sistema sobre boyas flotantes en el río y la otra en el tejado de una factoría de hielo— para permitir, por un lado, el envío de agua desde el cauce fluvial hasta las casas y, por otra, para fabricar bloques de hielo. El suministro del agua del río por medio de una bomba eléctrica alimentada por paneles ha permitido, entre otras cosas, que los niños puedan ahora tomar tantos baños como les plazca sin el temor paterno de que un caimán les arrebate la vida en la oscuridad de las orillas.
“Estamos tratando de mejorar la vida de las personas, pero también queremos permitirles agregar valor añadido a productos como la pulpa de fruta o el pescado. Sin hielo, esos productos difícilmente pueden ser comercializados en el exterior o simplemente conservados”, dice Soares Brito.
Los positivos resultados de la fase experimental están despertando conciencias en esta inmensa región habitualmente olvidada por los centros de poder brasileños, concentrados en el sudeste del país y que priorizan las políticas públicas en las zonas densamente pobladas (de votantes). Un grupo de pescadores de la comunidad amazónica de Boa Esperança pidió al Instituto la construcción de una pequeña fábrica —prevista para abril— dotada con tres congeladores alimentados por paneles solares para poder despulpar frutas, congelarla y, de esta forma, comercializarla en mercados situados a horas de barca del poblado, como Manaus.
La incipiente revolución fotovoltaica
Sin embargo, la revolución solar que algunos expertos anuncian en Brasil durante la próxima década, tras la implementación el 1 de marzo de una nueva regulación que permite por primera vez la generación distribuida de energía y su conexión a las redes de distribución, tiene sobre todo consecuencias para los grandes centros urbanos.
Después de tres años de históricas sequías y consecuentes apagones, que han evidenciado el exceso de dependencia de Brasil de su sistema hidroeléctrico — y que genera en torno al 70 por ciento de la demanda de electricidad—, millones de brasileños podrían transformarse ahora en prosumidores, acrónimo prestado del inglés que refleja el nuevo paradigma en el que parece avanzar la generación de electricidad: el consumidor es a la vez el productor de, por lo menos, una parte de su demanda.
“Estamos ante el inicio de una revolución, ya que por primera vez la sociedad brasileña puede participar directamente de la creación de una nueva matriz energética”, asevera Rodrigo Sauaia, presidente de la Asociación Brasileña de Energía Fotovoltaica (Absolar).
La normativa aprobada por el regulador brasileño de la electricidad (Aneel) permite, según Sauaia, “la generación compartida de energía solar entre varios clientes que pueden agruparse en forma de consorcio o cooperativas, así como la conexión de sus sistemas fotovoltaicos domésticos o comerciales a la red eléctrica para abastecerla cuando los paneles producen más de lo que se consume, o viceversa”.
“En 2014 había apenas 424 microsistemas solares conectados a la red eléctrica y en 2015 aumentaron a 1.731. Pero la Aneel prevé que para 2024 haya 1.2 millones”, explica Sauaia, un pronóstico de rápida expansión compartido por la totalidad de la docena de entrevistados para este reportaje.
A diferencia de Estados Unidos, Europa o China, donde se han utilizado ayudas estatales para fomentar el sector, en Brasil gran incentivo es el precio. Si bien la instalación de paneles exige una inversión considerable —en torno a 2.500 euros para un hogar donde viven tres personas— que muchas familias brasileñas no pueden permitirse sin financiación barata, el aumento de la tarifa eléctrica en hasta un 50% en el último año como consecuencia de las sequías favorece esta fuente sostenible. Ya han nacido iniciativas sociales o incluso negocios para aprovechar las nuevas oportunidades.
En la favela carioca de Babylonia un grupo de ingenieros y electricistas brasileños y europeos han creado la primera cooperativa solar, Revolusolar. Un primer sistema energético fotovoltaico ha sido instalado en el techo de un hostal desde donde se divisa, a lo lejos, el extraordinario potencial solar de Brasil, perceptible por la permanente frecuentación de turistas y residentes a la playa de Copacabana, llena prácticamente durante todo el año.
Los 12 paneles solares generarán aproximadamente un 50% del consumo mensual, lo que puede representar hasta un descuento del 60% en la factura de la luz, ya que los picos de consumo son penalizados con multas. Esta situación ha provocado que la favela —que sufre cortes de luz con regularidad— siga de cerca el proyecto: una decena de familias quiere que la cooperativa instale sistemas similares en sus casas, según Augustin Butruille, ingeniero y secretario ejecutivo de Revolusolar.
El belga Pol Dhuyvetter —presidente de la cooperativa, residente en la favela desde 2010 y consumidor en Bélgica de electricidad fotovoltaica desde 2003— no se anda con rodeos cuando le preguntan por qué Brasil apenas genera un 0.02% de su producción total de electricidad con placas fotovoltaicas. “En Brasil vivimos una dictadura energética dominada por la petrolera estatal Petrobras, la estatal eléctrica Electrobras y las empresas constructoras de presas hidroeléctricas”.
El potencial desaprovechado es ingente. Absolar estima que, si se colocaran paneles solares en todas las residencias del país, la producción abastecería más del doble de la totalidad de la demanda de electricidad de los domicilios brasileños. Los expertos apuntan a que la región brasileña menos expuesta a la irradiación solar tiene el potencial de generar por lo menos un 25% más de energía que la zona más favorable de Alemania, país que ya genera un 7% de su electricidad con placas fotovoltaicas.
A pesar de ello, no fue hasta 2014 cuando el Gobierno de Dilma Rousseff —que desde su anterior rol como ministra de Minas y Energía ya priorizaba abiertamente la generación por medio de presas como la de Belo Monte, cuyos impactos medioambientales y sociales son nefastos— celebró su primera licitación pública de energía solar. Hasta la fecha, el Ejecutivo también ha desoído las peticiones para, por lo menos, incentivar los sistemas domésticos por medio de beneficios fiscales, reducción de tarifas a la importación de paneles o para la creación de líneas de créditos blandos que permitan al sector financiarse sin tener que pagar el leonino tipo de interés del 14.25% fijado por el Banco Central.
“El Gobierno dice que la matriz energética, basada en las hidroeléctricas, es renovable, pero la realidad es que no es sustentable. Hay una resistencia del Gobierno a buscar otras fuentes, pero también una presión de los lobbies que favorecen a las grandes constructoras, que son grandes financiadoras de campañas y, como demuestra la Operación Lava Jato, acaban involucradas en escándalos de corrupción”, resume Bárbara Rubim, miembro de Greenpeace Brasil experta en energía y quien ha trabajado en el Legislativo brasileño, donde se tejen las grandes políticas públicas.
En este desfavorable marco de intereses políticos y de aguda recesión económica, que obliga a Brasil a contener su gasto público, han surgido sin embargo innovadoras iniciativas empresariales. Algunas pequeñas empresas proponen al consumidor asumir los costes de instalación y mantenimiento de un sistema fotovoltaico de producción de electricidad a cambio de firmar contratos para comprar la energía generada a un coste inferior en un 15% al de los grandes distribuidores. Un negocio que tiene como único objetivo el retorno financiero, pero que tiene como consecuencia una mayor preservación del medioambiente.
Fuente y fotografía: El País