El arrecife de coral en la playa Los Cóbanos, el más grande y extenso de El Salvador, debería tener un color marrón o manchas que le dan una apariencia parda. Sin embargo, en los últimos meses se ha convertido en un manto blanquecino, símbolo de una muerte lenta provocada por el cambio climático, según los expertos.
Al conducirse mar adentro y sumergirse unos escasos metros en las aguas del lugar, los estragos del sube y baja de las mareas y de la exposición prolongada a los rayos del sol son evidentes. A consecuencia de ello, fragmentos de coral quedan sueltos y «el edificio de departamentos» de miles de seres acuáticos se está deteriorando y en muchos casos destruyendo.
Las aguas en Los Cóbanos, en el occidental departamento de Sonsonate, son claras y tranquilas. Su poco olaje es lo que permite ver a otras especies como cangrejos de todos los tamaños, peces de colores y muchos caracoles. Todo eso se suma al atractivo principal de la zona: el arrecife de coral.
El Salvador ha sido afectado en sobremanera por el cambio climático en los últimos años. Especialistas del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales (MARN) aseguran que muestra de ello es la severa sequía que se vivió en 2015.
Según Enrique Barraza, del MARN, la falta de lluvia y el sol incandescente son los que han hecho vulnerable al arrecife, ya que debido a las bajas mareas (por la falta de lluvia), los corales se ven más expuestos a luz solar y van perdiendo su vitalidad.
Barraza asegura que el deterioro del arrecife también tiene consecuencias socioeconómicas, debido a que por el calentamiento de las aguas muchos peces buscan aguas más frías y se dificulta la pesca.
«Esto es un patrimonio de El Salvador», afirma el experto. El arrecife tiene cerca de 150 años de existencia y muchas de las rocas en las que se encuentra son de origen volcánico.
El arrecife rocoso es único en El Salvador y, de acuerdo con Barraza, eso lo convierte en un punto importante en la conectividad de ecosistemas marinos costeros del Océano Pacífico tropical oriental, ya que se trata del único hábitat para los corales en la zona comprendida entre México y Nicaragua.
El MARN sostiene que algunas especies de corales que se observan en Los Cóbanos pueden medir hasta dos metros de diámetro y alcanzar una altura de 1.5 metros. Su altura el principal referente de la edad, porque crecen un centímetro por año aproximadamente.
Los corales sobreviven por una relación de beneficio mutuo con las algas, según Wilfredo López, de la fundación local que cuida la zona coralina, Fundarrecife (www.funpadem.org). Las algas habitan en los tejidos del coral, reciben protección y obtienen nutrientes inorgánicos, productos de excreción y desechos del coral.
Mientras tanto, el coral aprovecha la glucosa, el oxígeno y los aminoácidos producidos por las algas. Sin embargo, «las algas, al sentir los cambios bruscos de temperaturas, abandonan al coral y es ahí cuando los corales mueren», alerta López.
«Los arrecifes, los corales y las algas son uno de los mayores captadores de oxígeno; nosotros como seres humanos tomamos aire puro y lo devolvemos contaminado; el arrecife extrae aire contaminado y lo devuelve puro. Ese es uno de los beneficios», explica Ana María de Velásquez, medioambientalista de la zona.
«También sirven como barrera protectora para los huracanes y oleajes altos. Son igualmente uno de los mayores generadores de la cadena alimenticia para los seres humanos», añade.
Además de los beneficios ambientales y pesqueros, la zona también es fuerte en materia de actividad turística y ofrece actividades como snorkeling, buceo, caminata por los manglares, liberación de tortugas y avistamientos de ballenas.
Los pobladores locales se han unido para impedir lo que consideran el riesgo de destrucción de la zona por parte de grandes proyectos hoteleros y quieren asegurar su fuente de empleo permanente en la pesca, vigilancia de la zona ecológica y en el sector comercial de comidas y habitaciones para turistas.
A la protección de la población se sumó el MARN en 2007 cuando nombró a Los Cóbanos como un Área Natural Protegida (ANP) con una superficie marina y terrestre de 206.2 kilómetros cuadrados.
Velásquez explica también que, aunque es cierto que resulta difícil detener el alto impacto del cambio climático, en la zona existen otros peligros para el arrecife que se pueden detener. Por ejemplo, enumera, debería impedirse todo tipo de embarcación o no permitir que los turistas arrojen desperdicios.
De igual forma, la experta asegura que otra forma de prevenir la destrucción es que la población evite comprar productos elaborados con restos de corales para reducir su demanda.
Velásquez reiteró que al proteger la zona no sólo se protege el arrecife de coral y la proliferación de otras especies marinas. «También se protege un área que le pertenece a todos los salvadoreños, y a muchos en esta comunidad nos da de comer y ayuda a mantener a las familias», concluye.
Fuente y fotografía: National Geographic