La supresión de las referencias al cambio climático en la web de la Casa Blanca fue el anticipo. Los científicos norteamericanos temen ahora que el presidente Trump ordene una «purga» de miles de informes elaborados por la NASA, por la NOAA (Agencia Nacional Atmosférica y Oceánica) y por otras instituciones federales y han pasado a la acción para proteger, duplicar y salvar la «evidencia» del calentamiento global.
«No podemos resignarnos a la era de la ‘posverdad'», ha proclamado la investigadora Joan Donovan, de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA). «Estamos luchando en una guerra por la información, y el cambio climático está sufriendo un ataque muy específico».
UCLA se ha convertido estos días en el epicentro de un insólito hackaton para preservar los datos sobre el cambio climático que corren el riesgo de desaparecer del dominio público. Michelle Murphy, fundadora de la Iniciativa de Gobernanza y Datos Ambientales en la Universidad de Toronto, ha acudido al auxilio de sus colegas al otro lado de la frontera.
«En Canadá, durante los años del conservador Stephen Harper, sufrimos la censura, la destrucción de documentos y el despido de científicos relacionados con el cambio climático», advierte Murphy. «En Estados Unidos, con un ‘escéptico’ del clima en la Casa Blanca, el escenario va a ser parecido y tenemos que contraatacar desde el primer momento».
Decenas de universidades norteamericanas (Filadelfia, Chicago, Indianapolis) se han sumado a la iniciativa para descargar los informes y preservar los metadatos en la biblioteca digital Internet Archive o a la web DataRefugee, creada por la Universidad de Pensilvania, con la finalidad de garantizar su accesibilidad al público y a futuros investigadores.
«La sociedad puede llegar a diferentes conclusiones a la luz de los datos científicos», advierte Andrew Rosenberg, de la Union of Concerned Scientists, especialmente activa durante la «guerra contra la ciencia» de George W. Bush. «Pero lo que no se puede hacer es negar la evidencia, o corromperla directamente con los ataques directos a los científicos».
La republicana Christine Todd Whitman, que dimitió como directora de la Agencia de Protección Ambiental (EPA) durante la era Bush por las presiones de los «escépticos» del clima, ha advertido que Administración Trump puede ser aún «mucho peor» en este terreno. «El 97% de los científicos dice que el cambio climático es real y que está causado por los humanos», ha dicho Whitman. «Dar crédito al 3% que dice lo contrario es una manera de subvertir la confianza del público en la ciencia y en los gobernantes».
El ex vicepresidente Al Gore, que tuvo ocasión de reunirse con Trump tras su triunfo electoral, ha decidido poner fin a la tregua y ha recordado al presidente que «el ascenso de las energías renovables es irreversible». Gore ha iniciado en el Festival de Sundance su segunda cruzada climática, arropado por un nuevo documental: Una secuela incómoda.
Barack Obama planea volcar también sus nuevos esfuerzos en la causa del cambio climático. El ex presidente se despidió con un contundente artículo en la revista Science donde aseguraba que la transición hacia las energías limpias no tiene marcha atrás y ponía sobre la mesa los números de su Administración: «La economía norteamericana creció un 10% mientras las emisiones del sector energético cayeron un 9,5%».
«El mundo no puede bajar la guardia ante el cambio climático», advertía Obama, en un mensaje muy directo a su sucesor, para que mantenga a Estados Unidos dentro del Acuerdo de París. El temor a una «marcha atrás» de Trump crece, sin embargo, por días tras sus primeras y contundentes iniciativas nada más pisar el Despacho Oval.
Su plan energético, bautizado como America First, prevé «la eliminación de las políticas dañinas e innecesarias» del Plan de Acción Climático de Obama. Trump se propone explotar al máximo el potencial de hasta 50.000 millones de dólares de gas y petróleo en el subsuelo, así como reactivar la moribunda industria del carbón. La protección del medio ambiente es apenas una nota a pie de página, y su desdén por las energía renovables es público y notorio.
Al fin y al cabo, su nuevo secretario de Estado, Rex Tillerson, llevaba hasta ahora las riendas del gigante petrolero Exxon. Su secretario de Energía, Rick Perry, cree que el cambio climático es aún «una teoría científica no probada». Lo mismo piensa su secretario de Interior, el ex comandante Ryan Zinke, que defendió a toda costa el polémico oleoducto Keystone XL.
Todos los «escépticos» del presidente (incluidos el director de la CIA Mike Pomeo o el fiscal general Jeff Sessions) se quedan sin embargo cortos ante el «negacionista» mayor, Scott Pruitt, el nuevo director de la EPA: «Los científicos siguen sin estar de acuerdo sobre el alcance real del calentamiento global y sobre su conexión con las acciones de los humanos».