La economía no estará inmunizada contra el cambio climático. Por mucho que el supuesto freno a la actividad y la manida pérdida de competitividad estén detrás de los numerosos argumentos económicos que emanan de los centros de análisis y de poder vinculados especialmente a movimientos neoliberales y que han configurado durante los dos últimos decenios la tesis ‘negacionista’ del calentamiento global del planeta.
Así, al menos, lo creen Solomon Hsiang, catedrático en la Goldman School of Public Policy de la Universidad de Berkeley, su colega en esta institución docente, Edward Miguel y su homólogo en la también californiana Stanford, Marshall Burke.
En un reciente estudio, publicado hace unos meses en la prestigiosa revista científica Nature, estos investigadores anticipan, a partir de las conclusiones de un modelo econométrico cuya base de datos es la compilación de la evolución y cambios del clima en 166 países desde 1960 hasta 2010, que los ciudadanos que habiten en la Tierra a finales de este siglo, en 2100, verán cómo su renta personal se reducirá, de promedio, un 23%.
Un informe de las universidades de Berkeley y Stanford avisa que los efectos
colaterales del calentamiento global podrían obligar a una reconversión en toda regla de la economía internacional
El planteamiento de su informe es rotundo. El calor extremo, al que nos dirige el cambio climático global, dañará seriamente las economías del mundo. Bajo tal escenario, los cultivos no fructificarán o, en el mejor de los casos, recortarán considerablemente -en función de las inclemencias meteorológicas-, sus actividades productivas. De igual forma que los súbitos incrementos de temperatura transformarán la cultura del trabajo, con menos horas laborales y, por ende, descensos paulatinos de las tasas de productividad.
Sin embargo, también en este aspecto, los efectos colaterales del calentamiento global no serán similares en todas las latitudes. Ni mucho menos. El sur, una vez más, pagará la mayor parte de la factura. Aunque, como alertan los investigadores del informe, “el incierto impacto” del viraje climático “podría significar una reestructuración masiva”, casi una reconversión en toda regla, de la economía internacional, explica Hsiang. De hecho, las naciones del norte -en especial, Rusia y las potencias más avanzadas de Europa-, obtendrán beneficios del aumento de las temperaturas. Es decir, que sus ciudadanos verán enriquecer sus ingresos per capita. En contraposición a los territorios de América del Sur y África, cuyos ritmos de crecimiento económico se verán alterados por el aumento de grados en sus termómetros.
También de media, el 60% de la población más pobre del planeta, la que se concentran en estas latitudes, terminarán la actual centuria con un 70% menos de rentas personales. Más exhaustivamente, el 40% de los ciudadanos con menores ingresos perderán el 75% de sus actuales ganancias, asegura en otro cálculo el mismo informe.
En otras palabras, la brecha de la desigualdad en el reparto de la riqueza irá ensanchándose, como dice el propio Hsiang con una frase lapidaria: “se producirá una fuerte redistribución de la prosperidad desde las zonas más pobres a las más ricas”.
Los cambios serán sustanciales. Y no sólo por el incremento del calor. También porque el alza térmica aumentará el número, la intensidad y la periodicidad de las precipitaciones, así como el de fenómenos catastróficos como los huracanes. O porque con temperaturas entre 20 y 30 grados ya se reduce de manera palpable la actividad laboral, la productividad y la rentabilidad de las cosechas en países como EEUU, advierte el estudio en sus conclusiones prospectivas. “En la cultura popular, los días de sol son malos para la agricultura”, incide Hsiang. “Incluso en territorios con altos niveles de vida y avanzados tecnológicamente”, que podrían paliar esos recesos productivos.
A tenor de lo que desvela su modelo econométrico, “jornadas por encima de los 30 grados acarrean un coste en estados agrícolas estadounidenses de 20 dólares por residente”. En términos de ingresos. “Y eso, es dinero real”, precisa, dentro de unas predicciones que hablan de que la repetición de días con temperaturas superiores a los 35 grados en gran parte de Estados Unidos “se elevará dramáticamente” en los años venideros si no se combate el cambio climático. Su diagnóstico, en caso contrario, es rotundo y nítido.
Si el efecto invernadero sigue su curso actual “obligará a los gobiernos a modificar sus políticas y a los mercados a adaptarse a la transformación de los ciclos financieros y de negocios”, avisan sus mediciones, realizadas mediante métodos de Big Data y con nuevas aplicaciones de precisión informática.
Burke, su colega de investigación, habla en términos más absolutos. Para 2100, hay un 63% de probabilidades, si no se corrigen las previsiones de aumento de temperatura global del planeta, de que el PIB mundial se contraiga un 10% respecto de su riqueza actual. Un retroceso económico que será superior al 20% si el calentamiento resulta más intenso. La proyección del estudio apunta a una posibilidad del 51%. De igual forma que señala hasta un 12% de opciones de que se recorte a la mitad del valor de la actividad económica global. “El coste de no hacer nada será desorbitado”, añade.
A su juicio, entre las iniciativas gubernamentales para paliar el efecto invernadero, destacan la imposición a las emisiones de CO2, el establecimiento de normas de eficiencia energética o los subsidios a las energías renovables. “Los análisis de costes y beneficios que hemos realizado sobre la implantación de medidas de desarrollo sostenible dentro de una agenda oficial de preservación del Medio Ambiente eran hace años mucho más caras en comparación con los precios actuales que, en muchos casos, resultan ser especialmente baratos”.
La temperatura global, entre tanto, sigue dando muestras inexorables de calentamiento. En EEUU el caluroso septiembre pasado se movió casi un grado centígrado (en concreto 0,9 equivalente a 1,62º F) por encima de la media de todo el siglo XX, el mes de septiembre con mayor calor en 136 años, según atestigua la Noaa (National Oceanic and Atmospheric Administration). A un ritmo más intenso que el previsto en las conferencias sobre cambio climático para la conclusión de la presente década.
2016 fue el más caluroso jamás registrado desde 1880, eleva a tres el número de años de subidas consecutivas de temperatura y deja en 16 el número de periodos anuales con récord de calentamiento en el siglo actual
También la NOAA, en cooperación con la Nasa y la UK Met Office, acaban de publicar otro informe demoledor. El pasado año fue el más caluroso jamás registrado -disponen de mediciones desde 1880- después de firmar el tercer periodo anual consecutivo de subidas de temperatura. Además, 16 de los 17 años más calurosos se han producido en el siglo actual. En paralelo, los científicos que suscriben el documento indican que la Tierra nunca había experimentado tanto calor en alrededor de 150.000 años ni jamás había tenido tantos niveles de CO2 en la atmósfera desde hace 4 millones de años. De manera que el impacto del cambio climático sobre la población se hará notar más pronto y con mayor ferocidad de lo previsto, alertan.
Antes de apuntar que “el 90% de los factores del calentamiento en 2016 fue por el incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero”, señaló Gavin Schmidt, director del Instituto Goddard para Estudios del Espacio, inserto en la estructura de la Nasa. “Y 2017 también será muy caluroso”, presagió.
Sin embargo, ninguna de estas predicciones parece que vaya a modificar el pensamiento de Donald Trump al respecto. El presidente de EEUU, que acaba de asumir el cargo, siempre se ha mostrado jocoso e irónico ante tales augurios. Por muy científicos que sean.
Trump piensa que “el concepto de calentamiento global fue creado por las autoridades chinas con el único propósito de reducir la competitividad industrial de EEUU” y se ha rodeado de un gabinete de negacionistas climáticos
Su idea, lanzada en noviembre de 2012 en su cuenta de Twitter –“el concepto de calentamiento global fue creado por las autoridades chinas con el único propósito de reducir la competitividad industrial de EEUU”, escribió- parece que tiene continuidad ahora que se ha instalado en la Casa Blanca. No por casualidad, en su gabinete hay voces que han contribuido decididamente al negacionismo climático. Todos ellos, en puestos clave si cumplen su amenaza de interrumpir los avances en la protección ecológica. Scott Pruitt, al frente de la Agencia de Protección Ambiental (EPA, según sus siglas en inglés), escribió en mayo de 2016, siendo fiscal general de Oklahoma, que “los científicos siguen sin ponerse de acuerdo” ni con el calibre ni con la prolongación del cambio climático, y mucho menos con sus consecuencias sobre la humanidad, lo que hace estéril el debate.
Mientras participaba del lobby petrolífero que combatió la legislación de la Administración Obama en favor de las energías renovables. Ryan Zinke, adscrito al Departamento de Interior, justifica su “conservacionismo” climático en que catástrofes como la erupción de un volcán emiten más CO2 a la atmósfera que la acción de los seres humanos en 200 años.
Mientras su colega Rick Perry (en la cartera de Energía), considera que “identificar el CO2 con la polución es un flaco favor al mundo o el director de la CIA, Mike Pompeo, para quien “el mal llamado cambio climático” no existe porque “en los últimos 16 años el medio ambiente ha mostrado una envidiable estabilidad”. Por no mencionar al secretario de Estado, Rex Tillerson, que nunca ha realizado acciones determinantes en favor de los acuerdos internacionales sobre cambio climático (reducción de gases de efecto invernadero) desde su posición de consejero delegado de ExxonMobil.
Con estos precedentes, no resultará sorprendente que Trump sea fiel a sus consignas en campaña electoral e insista en “no aceptar las evidencias científicas de que el cambio climático es real”, de desmantelar los Acuerdos de París (el primero que suscribe China) o de devolver a la soberanía federal del país los parques naturales, entre otras medidas.
El World Economic Forum (WEF) sitúa al calentamiento global como el gran riesgo sistémico, por delante de las armas de destrucción masiva, crisis de agua, migraciones a gran escala o la extrema volatilidad del precio de la energía
Sin atender ni conceder trascendencia a que la decimoprimera edición del Informe sobre Riesgos Globales del World Economic Forum (WEF), institución que organiza la cumbre de Davos, sitúe al calentamiento global como el principal riesgo sistémico por tercer año consecutivo, por delante de las armas de destrucción masiva, posibles crisis de agua potable por catástrofes naturales o actos de terrorismo, los flujos de migración a gran escala o la extrema volatilidad de los precios de la energía.
A partir de un sondeo entre 750 expertos en diferentes áreas del conocimiento de todo el mundo. El estudio de Nature también deja algunos retazos de la gravedad del calentamiento. Por países, el PIB per cápita de España, según sus cálculos de incremento de temperatura, retrocedería un 46%, el de Portugal, un 41%, el de Italia, un 26%, el de EEUU, un 36% y el de Japón, un 35%. Aunque los descensos más espectaculares coinciden con grandes mercados emergentes: Sudáfrica, un 66%; Brasil, un 83%; India, un 92% y Arabia Saudí, un 92%.
Por países, el PIB per cápita de España, según cálculos del estudio publicado en Nature retrocedería un 46% en 2100, el de Portugal, un 41%, el de Italia, un 26%, el de EEUU, un 36% y el de Japón, un 35%
Todos los BRICS excepto Rusia, cuya renta personal se elevará en un 419% por su situación geográfica en una de las latitudes más frías del planeta. En igual situación de beneficios por el cambio climático se encuentran naciones como Alemania (un 63% más de riqueza individual); Francia (10%); Reino Unido (42%); Suecia (201%); Noruega (249%) y Canadá (247%).
También la OCDE se unió ya hace años al coro de voces multilaterales que avisan de que el aumento de la temperatura del planeta será el factor más perjudicial para la erradicación de la pobreza en el mundo. No sólo por los factores apuntados en la revista Nature, sino porque fomenta la aparición de pandemias y episodios de crisis en los suministros de agua potable y de vulnerabilidad en el acceso a fuentes naturales y de energía.
Fuente: Público