La Agenda 2030 es un acuerdo de Naciones Unidas sobre las transformaciones mundiales que se deben abordar entre 2016 y 2030 y parece un instrumento adecuado para guiar la cooperación internacional en el Mediterráneo, entre otras cosas, por su carácter multidimensional. Sin embargo, su dimensión política podría no ser suficientemente clara y ambiciosa, a falta de un objetivo sobre transición y profundización democrática.
Los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030 son un marco adecuado para guiar a la cooperación internacional en el Mediterráneo porque no se limitan a la lucha contra la extrema pobreza, sino que abordan otros problemas socioeconómicos, como la desigualdad y el desempleo. El ODS 8 promueve el crecimiento económico inclusivo, el pleno empleo y el trabajo decente. El objetivo 4 consiste en proporcionar educación de calidad para todos. El 9 habla de industrialización inclusiva y el 10 aborda directamente la desigualdad de renta con propuestas tan pertinentes como “la migración y la movilidad ordenadas, seguras, regulares y responsables de las personas, incluso mediante la aplicación de políticas migratorias planificadas y bien gestionadas” (ODS 10.7).
Además, la Agenda aborda otros objetivos y metas fuera del ámbito estrictamente socioeconómico, como la seguridad, la gobernanza o la sostenibilidad ambiental. Dada la variedad de problemas que confluyen en esta región y sus interrelaciones, alternativas más sencillas podrían resultar inefectivas.
La perspectiva temporal de la Agenda (quince años) también resulta muy oportuna en la región, ya que invita a pensar intervenciones más allá de las respuestas urgentes a las distintas crisis que estallan día a día. Sin duda, problemas como el terrorismo yihadista requieren una reacción rápida y contundente por parte de la comunidad internacional, y es lógico que esto absorba la mayor parte de la atención mediática. Sin embargo, los problemas de largo plazo señalados por la Agenda 2030, como el desempleo, pueden estar relacionados con las crisis puntuales. Al menos ése ha sido el análisis de los expertos desde que las primaveras árabes dieran paso a la actual etapa de inestabilidad que vive la región.
Por último, la Agenda va más allá de la ayuda tradicional a la hora de pensar en los medios necesarios para conseguir tantos y tan ambiciosos fines y habla de una alianza mundial para movilizar no sólo ayuda oficial al desarrollo (AOD), sino también inversión privada y voluntad política en ámbitos no estrictamente presupuestarios. No podía ser de otra manera si se quieren poner en marcha estrategias como la del objetivo 10 sobre migraciones y equidad de renta.
Por tanto, el lanzamiento de la Agenda 2030 es una oportunidad para reactivar la cooperación para el desarrollo en el Mediterráneo, sobre todo desde Europa, donde hay un interés mayor en su efectividad. Ahora bien, como indicaba acertadamente Jesús Núñez, director del IECAH, en uno de los debates celebrados en el Real Instituto Elcano a propósito del lanzamiento de esta nueva agenda, la región mediterránea ya ha sido objeto de marcos de cooperación multidimensional, similares a éste. La Asociación Euromediterránea, basada en la Declaración de Barcelona de 1995 ya abordaba “aspectos económicos, sociales, humanos, culturales y cuestiones de seguridad común”. La Unión por el Mediterráneo lanzada en 2008 respondía a un planteamiento similar.
Evidentemente, la evolución que ha seguido cada país responde a factores internos más que a influencias externas, y dentro de éstas, las de la cooperación para el desarrollo pueden no ser las más relevantes. No obstante, en el momento de renovar esta política, hay toda una experiencia de asociación que debe ser evaluada para que resulte más efectiva en los quince años siguientes. Una evaluación así podría valorar si la cooperación europea en la región ha sido suficientemente multidimensional, o si por el contrario, en el futuro, tendría que encontrar un mejor equilibrio entre lo económico y lo político, por ejemplo, dedicando más recursos y esfuerzos a promover la democracia y apoyar a los países que claramente transitan hacia ella, como por ejemplo, Túnez.
Por cierto, esta pregunta sería interesante para la ejecución de la Agenda 2030 más allá del Mediterráneo ya que, aunque su objetivo 17 se refiere a “instituciones eficaces e inclusivas que rindan cuentas”, en ella no se aborda con claridad y ambición las transiciones y profundizaciones democráticas pendientes en muchos países en desarrollo.
Fuente y fotografía: El País