Si los ríos van a la mar, que es el morir, parafraseando uno los versos más conocidos de Jorge Manrique, en este caso dicha muerte sería sinónimo de contaminación. Porque, como es bien sabido, los ríos introducen contaminantes en el mar de un modo constante, produciendo importantes desequilibrios y daños en el ecosistema marino.
En este post vamos a hacer un repaso general a esta cuestión, con el fin de que nos sirva como introducción y también, cómo no, para concienciarnos más sobre la necesidad urgente de reducir la polución que llega al mar, sea a través de los ríos o de cualquier otro .
¿Qué contaminación llega del río al mar?
El impacto ambiental de los ríos en los océanos es tremendo. Según el proyecto de investigación “River imputs to ocean system”, realizado en los ochenta y uno de los primeros monográficos que daba cuenta de esta problemática, los ríos se consideran “la principal ruta” de introducción de contaminantes producidos por la actividad humana como por causas naturales.
Actualmente, la tónica sigue siendo la misma, en particular cuando se trata de analizar sus daños en las zonas costeras, razón por la que se pone el acento en la importancia de controlar las cuencas hidrográficas para reducir su impacto.
En otras palabras, la gestión de los ecosistemas marinos no empieza y acaba en el mar, lógicamente. Además de un sinfín de aspectos que son ajenos a los ríos, también requiere llevar a cabo una gestión integral, que incluya los recursos de agua dulce. En definitiva, se trata de gestionar de forma sostenible los ríos para que no acaben degradándose a nivel ambiental y, con ello, hagan lo propio con los mares.
Al fin y al cabo, son ecosistemas que están en contacto. ¿Pero, de qué tipo de daños hablamos? La definición adoptada por las Naciones Unidas nos da pistas claras cuando afirma que entiende por contaminación del medio marino:
(…) la introducción por el hombre, directa o indirectamente, de sustancias o de energía en el medio marino incluidos los estuarios, que produzca o pueda producir efectos nocivos tales como daños a los recursos vivos y a la vida marina, peligros para la salud humana, obstaculización de las actividades marítimas, incluidas la pesca y otros usos legítimos del mar, deterioro de la calidad del agua del mar para su utilización y menoscabo de los lugares de esparcimiento.
Es la definición que se incluye en la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, concretamente en su artículo 1.4. y en ella podemos ver cómo los “estuarios”, concepto con el que se alude a la desembocadura de un río amplio y profundo donde, a consecuencia de las mareas, se intercambia agua salada y dulce.
El concepto de contaminación marina, obviamente, también incluye todo aquello que las desembocaduras de ríos de cualquier tamaño puedan verter en ellos de forma perjudicial. O, por ejemplo, como vimos en un reciente post, también los cañones submarinos pueden actuar de transmisores de polución de las áreas litorales al mar.
Otras posibilidades son las filtraciones subterráneas y un sinfín de fuentes terrestres de contaminación procedente de las franjas costeras. De hecho, las posibles causas de polución son muchas y muy variadas, pero dentro de ellas los estuarios, desembocaduras de ríos menos importantes, canales y otros cursos de agua contribuyen de un modo importante a la contaminación del mar.
Río contaminado, mar contaminado
La contaminación actual de los ríos no es como la de antaño. Por un lado, se busca reducirla mediante depuradoras y legislaciones ad hoc, pero por otro el aumento de la población, la urbanización y la producción a gran escala han multiplicado de forma exponencial la contaminación.
Básicamente, ahora contaminamos mucho más los ríos, pues en ellos se vierten desde aguas residuales procedentes de las ciudades (incluyendo medicamentos y otros desechos que tiramos al inodoro) o cultivos hasta productos químicos industriales, pongamos por caso, además de basura de muy distinto tipo.
Igualmente, los ríos pueden sufrir fugas de petróleo por roturas en oleoductos, además de la contaminación que provoca el tráfico de barcos.
Nos encontramos, por lo tanto, residuos habituales y otros puntuales, que se producen de forma puntual por accidentes o por tratarse de una situación que se da solo durante determinadas temporadas. Es el caso de los residuos químicos que se utilizan en la agricultura.
Algunos son frecuentes, pero otros se aplican de forma especialmente intensiva en determinadas épocas para su fertilización, prevención y eliminación de plagas, y lo mismo ocurre con los vertidos industriales, sujetos a dinámicas propias.
También hay residuos que se lanzan a los ríos, como chatarra, material de construcción o distintos tipos de basura, sobre todo en los ríos que atraviesan ciudades o que se encuentran junto a industrias. Una polución que, en buena parte, acaba en los océanos.
Los problemas ambientales ocasionados por el cóctel de contaminación que reciben los ríos se traduce en un peligro de salud pública, bien de forma puntual, afectando a los lugareños o también a los consumidores del pescado contaminado.
Igualmente, la degradación del entorno puede golpear duramente a la economía local, afectando de forma importante a personas para las que el mar es un medio de vida, bien por la pesca o por tratarse de un lugar costero turístico, entre otras posibilidades.
A nivel global, contaminar los ríos es hacer lo propio con los océanos, al tiempo que ponemos cada vez más difícil al ciclo del agua hacer su trabajo para que el agua se renueve. En resumidas cuentas, si queremos proteger nuestros mares, debemos cuidar también los ríos, una responsabilidad de cada uno de nosotros, pero también de nuestros políticos y de las industrias, grandes contaminadores.
Fuente y fotografía: Ecología verde